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Breve historia del arte de encuadrar I
Del siglo XIII al XVI

¿Desde cuándo enmarcamos las imágenes?

<br><i>El faraón Tutankamón destruyendo a sus enemigos</i><br>pintura sobre madera, hacia 1327 a. C. (Wikimedia)<br>Ejemplo de borde simbólico

Desde la prehistoria, el ser humano ha creado imágenes; ya en la Alta Antigüedad, sintió la necesidad de delimitarlas decorándolas con un borde que, unas veces, presenta tan solo la forma de una simple línea de demarcación y otras la de una banda decorativa. Dan testimonio de ello los mosaicos mesopotámicos que se remontan al III milenio a. C., algunos relieves del Antiguo Imperio de Egipto, los frescos de las tumbas faraónicas o las cerámicas pintadas de la antigua Grecia... Muchos siglos después, este gusto por los bordes ornamentales se reflejará en los manuscritos ilustrados y los tapices medievales europeos.

Es decir, el encuadramiento simbólico tiene una larga historia, una historia que se remonta a más de 5000 años, mientras que el técnico o de conservación es mucho más reciente. Un borde dibujado alrededor de un fresco de la Edad del Hierro y el marco tridimensional que puedas tener colgado en la pared del salón tienen al menos una cosa en común: aíslan el espacio figurado y sirven de transición entre la imagen delimitada y su entorno.

Cornelis de Baellieur<br> <i>Interior de una galería de pinturas y objetos de arte</i>, 1637<br>93,5 x 123 cm, óleo sobre madera (Wikimedia)<br>

La Edad Media

Si bien la función de los marcos no es solo decorativa sino también práctica, lo cierto es que, en un principio, su función estética fue menor, ya que su papel consistía más en hacer de bastidor, especialmente a partir del siglo XIII, con el retablo. Sin perder por ello su valor simbólico y ornamental, la acotación se convirtió entonces en un armazón que servía para mantener unidos en vertical los paneles pintados y evitar que se deformaran. Esta doble función técnica y estética nunca ha cesado: la protección y el realce de las imágenes es lo que también esperamos de los marcos contemporáneos.

Los «marcos» de la Edad Media no son más que los los antepasados lejanos de los nuestros, ya que forman parte de los cuadros que ciñen, tanto si se trata de un borde integral o adicional. En el primer caso, en un mismo panel de madera, se elaboraba a partir del centro la superficie plana para pintar la imagen y los bordes en relieve. Este método, ya atestiguado en el siglo VI en la tradición bizantina (y probablemente incluso antes), se utilizaba sobre todo en la producción de iconos y otros cuados de tamaño pequeño o mediano. En cuanto a los bordes adicionales o añadidos, típicos de los grandes retablos que proliferaron a partir del siglo XIII, estos se clavaban al panel y, luego, se impregnaba todo con una capa uniforme de gesso (pasta hecha con yeso, pigmento blanco y cola) y de una capa de dorado: el resultado era un conjunto difícil de desmontar. De esta manera, el pintor trabajaba sobre un panel dotado ya de un marco.

<br><i>Virgen de la Ternura</i>, icono<br>Nóvgorod, entre 1170 y 1200<br>55 x 42,5 cm<br> tablero de madera hueca,<br> bordes integrales<br>(Wikimedia)
<br>Barna da Siena<br> <i>Cristo llevando la cruz</i><br> entre 1330 y 1350<br> 30,5 x 21,6 cm<br>bordes integrados<br>(Wikimedia)

El siglo XV, un periodo de transición

<br>Jan Van Eyck<br> <i>El hombre del turbante rojo</i> (1433)<br>25,5 × 19 cm<br>marco y dorado originales<br>largueros integrados<br>travesaños añadidos<br>(Wikimedia)

No fue sino hasta el siglo XV que, poco a poco, los cuadros se empezaron a pintar antes de enmarcarlos o de encastrarlos en la estructura de un retablo. A partir de entonces, aunque el marco y el cuadro aún estaban firmemente unidos el uno al otro, ya no eran inseparables: ahora se podían desarmar, algo que muchos coleccionistas harían con frecuencia más tarde, a juzgar por la escasez de cuadros de esta época (y de épocas posteriores) que han llegado hasta nuestros días con sus marcos originales.

Sin embargo, habría que esperar al primer cuarto del siglo XVI para alcanzar la plena autonomía del marco respecto al cuadro. Esto se hizo realidad alrededor del año 1520, cuando se creó el marco con rebajo, cuyo uso suplantó rápidamente al del marco unido al cuadro. Aunque en el siglo XV, cada vez era más habitual que los bordes fueran desmontables, la operación de desenmarcar un cuadro para volverlo a enmarcar no era tan sencilla como lo sería en el siglo XVI gracias al principio del rebajo.

<br>Hubert y Jan van Eyck<br> <i>La adoración del Cordero místico</i> (1432)<br>Retablo políptico pintado sobre madera, 3,4 × 5,2 m <br>solo algunos de los bordes son originales<br>
<br>Retablo del <i>Cordero místico</i> cerrado<br>(Wikimedia Commons)

Algunos momentos cruciales del cuattrocento

Paralelamente a esta evolución del marco, cabe destacar una novedad esencial del Renacimiento, la pintura de caballete, un método de trabajo que favoreció la creación de obras de tamaño pequeño y mediano y contribuyó a hacer del cuadro un objeto móvil, algo que no era en la Edad Media (aparte de los iconos y los retablos portátiles), ya que entonces formaba parte de un retablo que, debido a sus considerables dimensiones, a veces monumentales, no estaba destinado a cambiar de sitio.

El panel de madera fue el soporte de las primeras pinturas de caballete. Una novedad le hizo competencia durante el siglo XV en Italia (al menos un siglo más tarde en el norte de Europa): el lienzo, cuya incomparable ligereza contribuyó a hacer de la obra pictórica un objeto fácil de transportar, de forma que incluso los cuadros de grandes dimensiones adquirieron también mayor movilidad.

Además del desarrollo del cuadro y de los bordes como objetos materiales, hay que mencionar además los temas representados, no menos importantes en el desarrollo de la pintura tal y como la conocemos hoy. De hecho, durante el Renacimiento, el arte se emancipa poco a poco del papel litúrgico que lo caracterizó en la Edad Media; a partir de entonces, proliferarán los temas profanos: temas sacados de la mitología grecolatina, paisajes, bodegones, escenas de género, retratos individuales y de grupo. Esta desacralización no es ajena a la creciente movilidad del cuadro en la medida en que deja de estar adscrito a un determinado lugar de culto: se convierte en un elemento de decoración interior, adquiere un valor especulativo y, por mediación del marchante, comienza a circular, y se convierte en un objeto coleccionable.

Sin embargo, esta serie de innovaciones no supuso el fin del retablo, un arte que se desarrolló con todo su esplendor durante el Renacimiento y que fue inseparable de la Contrarreforma en el siglo XVI. La aparición del cuadro no eclipsó por completo el arte del fresco, cuya obra más representativa data de los años 1508-1512: las bóvedas de la Capilla Sixtina por Miguel Ángel.

La perennidad del cuadro con rebajo

<br>perfil de marco con rebajo<br>marco tipo <i>cassetta</i><br>(Wikimedia)

No sería excesivo afirmar que la llegada del marco con rebajo supuso una auténtica revolución en la historia del arte de encuadrar e incluso, en cierta medida, en la historia de la pintura.

Con la excepción del mal llamado marco con clip, que propiamente dicho es un soporte sin marco, y del marco tipo caja americana, también conocido como marco invertido, nuestros modelos contemporáneos son descendientes directos del marco tal y como fue concebido en el siglo XVI. Ya sea el borde suntuoso del llamado Gran Siglo francés o el listón minimalista de aluminio, los dos tipos de marcos, por muy diferentes que sean en su estilo, obedecen al mismo principio técnico: el rebajo, es decir, la muesca más o menos ancha y más o menos profunda en el borde interior del marco destinada a alojar el cuadro, o eventualmente el «paquete» (marialuisa y cuadro o cristal, paspartú e imagen). Un marco con rebajo está, por así decir, «listo para usar», ya que no es necesario ensamblar los largueros y travesaños, tan solo hay que colocar el cuadro en el marco y fijarlo con clavos medio hundidos (que, por tanto, son fáciles de retirar), y posteriormente con tensores. El marco también se hizo eco de la creciente movilidad del cuadro desde el Renacimiento: desde hace 500 años apenas conocemos soportes de imágenes que no sean desmontables.

Siglos XV y XVI

Si, desde el punto de vista técnico, la evolución del marco se estabilizó en el siglo XVI, no puede decirse lo mismo de su estilo que evolucionó en varias direcciones. En la Italia renacentista coexistían dos grandes tipos de marcos: por una parte, el marco arquitectónico o marco de tabernáculo(o también marco de edículo), que, con sus columnas, entablamentos y, a veces, frontones, evoca los monumentos de la Antigüedad; y, por otra, el marco tipo cassetta, en el que cada travesaño y cada larguero está compuesto de tres elementos (una franja plana bordeada por dos molduras). Muy apreciado en los siglos XVI y XVII, el marco tipo cassetta no es ajeno al marco arquitectónico, ya que su perfil recuerda las tres partes del entablamento de los monumentos antiguos: la banda plana del centro, a menudo decorada, corresponde al friso; la moldura que sobresale del borde exterior a la cornisa y la del borde interior al arquitrabe. Sin embargo, a diferencia de los llamados marcos arquitectónicos, su orientación es, en principio, intercambiable: a menos que su decoración no dicte lo contrario, un marco tipo cassetta puede colgarse indistintamente de forma vertical u horizontal. Ambos tipos de marcos, el de tabernáculo y el de cassetta, suelen estar decorados, dorados y, a veces incluso, esculpidos.

<br>Marco tipo <i>cassetta</i> <br>Venecia, hacia 1550<br>(Wikimedia)
<br>Marco de tabernáculo<br>comienzos del siglo VII<br>(Wikimedia)
<br>Maestro de las Horas Collins<br> <i>El sacerdocio de la Virgen</i>, 1438<br>99 × 57 cm<br>marco gótico<br>arco de medio punto<br>enjutas sin decorar<br> travesaño superior y largueros con molduras<br>travesaño inferior<br> en alféizar muy inclinada<br>(vertiente de cornisa)<br>(Wikimedia)

A estos marcos de forma cuadrada o rectangular, se suma el marco redondo que adorna el tondo (aféresis de rotondo, redondo), versión renacentista de la imagen-escudo (imago clipeata) muy apreciada en la Antigüedad y retomada, en particular, por Botticelli, autor de la célebre Virgen del Magnificat (1481).

En el norte de Europa, los bordes de los cuadros del siglo XV y principios del XVI suelen ser relativamente sencillas, al menos en comparación con las miniaturas de los marcos italianos de la misma época. Sin embargo, también guardan un estrecho vínculo con la arquitectura: ya que presentan perfiles típicos del ventanal gótico (a veces románico), con sus boceles, o molduras redondeadas de perfil semicircular, y su travesaño inferior en forma de alféizar o, más exactamente, de vertiente de cornisa, es decir, una superficie lisa cuya inclinación pronunciada sirve de vierteaguas.

Estos marcos no podían evocar mejor su función de ventana, una ventana que enmarca así el mundo representado en el cuadro. A partir del siglo XV, algunos pintores se complacían integrando esta ventana simbólica en la composición misma de su cuadro. El marco como efecto visual tendría un brillante futuro por delante.

<br> Mantegna<br><i>Presentación de Jesús en el templo</i> (hacia 1455)<br>Témpera sobre lienzo, 77,5 × 94,4 cm<br>(Wikimedia)
<br>Maestro de la Virgen de Dijon<br><i>Virgen con el Niño dormido</i><br>Finales del siglo XV<br>Pintura al temple sobre lienzo<br>(Wikimedia)

El marco barroco

El final del siglo XVI marcó el inicio de la era barroca: el periodo comprendido desde este momento hasta el siglo XVIII, fue la edad de oro de los marcos en madera esculpida y dorada. El arte de aplicar oro a otros materiales no era en sí ninguna novedad: en la Edad Media, no solo se doraban los bordes de las imágenes, sino también el fondo del cuadro sobre el que destacaban la figuras pintadas: un fondo de oro que simbolizaba la luz divina, el esplendor del reino de Dios y que hacía alusión a la santidad de las figuras pintadas. Con la invención de la perspectiva en la pintura en el siglo XV, la representación del paisaje como fondo de la composición sustituyó al dorado, que subsistió solo en el borde del cuadro y acabó perdiendo su valor sagrado. El dorado del marco barroco cumplía así una función secular, a la vez pragmática y mundana: pragmática porque hacía más visible el cuadro que rodeaba (la tarde, en particular, a la luz de las velas) al reflejar en él la luz que captaba; mundana en la medida en que resaltaba el valor del cuadro convirtiendo a su vez al marco en una obra de prestigio.

Al igual que los edificios, los muebles y los objetos decorativos en los que vemos a los representantes de determinadas épocas y países, los tipos de marcos que se suceden a lo largo de los siglos obedecen a tendencias de estilo, algunas regionales, otras de influencia europea, algunas más pasajeras que otras. El marco barroco es en realidad un término muy amplio que designa una gran variedad de estilos: veneciano, florentino, Luis XIII, de la Regencia, herreriano, Sunderland... Es un campo demasiado complejo para tratarlo aquí en unas pocas líneas, por lo que lo vemos con más detalle en la sección correspondiente.

William Hogarth<br><i>Matrimonio a la moda 1, El contrato matrimonial</i> (hacia 1743) <br> Óleo sobre lienzo, 70 x 91 cm <br>Interior con marcos dorados<br>(Wikimedia)

El marco negro, una especialidad holandesa del siglo XVII

Siguiendo la tradición medieval, los primitivos flamencos recurrieron a la técnica del dorado en los marcos de sus cuadros como lo demuestra El hombre del turbante rojo (1435), obra de Van Eyck que ha llegado hasta nosotros en su marco dorado original. En el siglo siguiente, el uso del dorado continuó en Flandes y Holanda al igual que en el resto de Europa (el marco de estilo auricular o lobulado nos proporciona un magnífico ejemplo), pero si hay un tipo de marco que se pueda asociar espontáneamente con los Países Bajos de esta época este es el marco negro, decorado a menudo con ornamentación guilloché.

En su lucha contra la dominación española católica, los Países Bajos se volcaron gradualmente en la Reforma a partir de finales del siglo XVI: el calvinismo acabó convirtiéndose en la religión mayoritaria en las siete provincias del norte. La fastuosidad de los marcos dorados no encajaba bien con esta doctrina, que predicaba la austeridad y la sobriedad, y es fácil entender por qué, en la historia del arte, las nociones de marco negro y marco holandés se han convertido prácticamente en sinónimos.

Si bien más apagado que sus homólogos típicamente barrocos, el marco holandés no carece en cambio de refinamiento: es la época de los viajes de exploración de ultramar, de los que los holandeses regresarían con toda clase de productos insólitos y lujosos para el comercio. A partir del siglo XVI, importaron, de Madagascar y de la Reunión principalmente, madera de ébano, una especie que no existía en Europa y que, por tanto, era exótica, rara y un lujo —tanto que se utilizaba principalmente como madera de enchapado—. Una variante más económica del marco de ébano se obtiene con madera de peral: aunque esta madera no es negra, tiene la capacidad de absorber el tinte que se le aplica, de ahí la popularidad de los marcos de peral ennegrecido como alternativa al ébano. Si el marco negro de perfil invertido, con decoración geométrica, a menudo con ornamentos guilloché, se nos presenta como el prototipo del marco holandés de los siglos XVI y XVII, el panorama quedaría bastante incompleto si omitiéramos los marcos decorados con carey, otra especialidad de los Países Bajos de la época.

<br> Vermeer<br> <i>La lección de música</i> (hacia 1662-1665)<br>Óleo sobre lienzo, 74 x 64,1 cm <br>Interior con marcos negros <br>(Wikimedia)

Fin del periodo barroco: hacia el siglo XVIII

En sus diversas manifestaciones, el periodo barroco se extiende hasta mediados del siglo XVIII. En la segunda mitad del siglo XVII, Luis XIV, el Rey Sol y gran mecenas de las artes, no dudó en subvencionar a los artesanos encargados de engrandecer su reinado con su trabajo. Al igual que el mobiliario de esta época, el marco era suntuoso, pero seguía siendo bastante formal y simétrico. Bajo la Regencia, y luego durante el reinado de Luis XV, este estilo, considerado demasiado pesado y serio, fue suplantado por un estilo más contorneado, el estilo rocaille o rococó que dominó el siglo XVIII en Europa hasta que la vuelta al gusto clásico puso fin a la profusión ornamental de este barroco tardío.

El siglo XVIII marcó asimismo el inicio de la Revolución Industrial, una revolución que no estaría exenta de consecuencias para el tema que nos ocupa, el marco. Esta también fue la época en la que surgieron los primeros museos —en el sentido que hoy entendemos el término—. Todo esto se analizará en la segunda parte de este breve itinerario.
 

Fuentes:

  1. The Frame Blog
  2. Revue de l’art, n.° 76, 1987
  3. Encyclopédie Universalis
  4. Larousse, Dictionnaire de la peinture
  5. Jules Adeline, Lexique des termes d’art
  6. Claude Grimm, Alte Bilderrahmen, Epochen, Typen, Material
  7. D. Gene Karraker, Looking at European Frames, A guide to terms, styles, and techniques
  8. Paul Rouaix, Dictionnaire des arts décoratifs à l'usage des artisans, des artistes, des amateurs et des écoles
  9. Victor Stoichita, L’instauration du tableau
  10. Robert, Dictionnaire historique de la langue française

Investigación y redacción: Isabelle Bard

Traducción al castellano: Karmele Rodríguez

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